dilluns, 9 d’abril del 2012

Tiempos duros



-Colin, sabes que te aprecio. Hace más de quince años que trabajas para mí y siempre te he tenido por un buen empleado. Eres puntual, no miras el reloj a la hora de marcharte –aunque te pago las horas extras, faltaría más- y eres bueno en tu trabajo, muy bueno, sí, señor.
-¿Entonces, qué pasa?
-Te decía que cuando empecé en este negocio eran tiempos extraños, eran buenos tiempos. Había alegría y la gente gastaba. Sabes perfectamente que las cosas han cambiado. Facturo un quince por ciento menos que hace un año.
-Vaya, sí, es cierto. Pero no puedes quejarte. Los McMurphy han echado el cierre pero a ti no te falta trabajo. No tanto como hace cuatro años, pero…
-Has dado en el clavo, muchacho. Ahí es donde quería ir!.
Se produjo un silencio embarazoso. Peter Peterson, el dueño del mejor taller de reparación de coches de Waterbridge, se rascó su pelirroja patilla derecha y se tocó la oreja, también derecha, con la elegancia de David Niven en sus mejores tiempos. Luego miró por encima de sus diminutas gafas de intelectual venido a menos al pobre Colin Graham.
-Vas a despedirme, verdad? –susurró con un hilillo de voz el empleado de las manos manchadas.
-No, no voy a despedirte. No digas bobadas. Es otra cosa…
-¿Qué?. Cielo santo, Peter Peterson, dime qué demonios pasa!.
-Verás, Colin, sabes que te aprecio. Estuve en tu boda con la buena de Prudence y he celebrado contigo el nacimientos de tus chicos hasta caernos muertos en el Mad. Por eso mismo quiero hacerte un favor y estoy seguro de que sabrás valorarlo.
Colin resopló como una locomotora vieja cuando llega a una estación tras un viaje de cuatrocientas millas.
-Muchacho, tenemos que hablar de negocios –sentenció Peterson.
-Tú dirás –sonrió Colin, tranquilo y relajado.
-Mira, he estado haciendo cálculos. ¿Cuántos cigarrillos te fumas en el taller un día cualquiera?.
-Siete u ocho, ¿por qué?.
-Pongamos que sean seis. ¿Cuánto empleas en cada cigarrillo?. Vas a tu taquilla, recoges el cigarrillo, sales a la puerta, fumas, charlas con los chicos de la pizzería, regresas…
-Unos diez minutos…
-Pongamos que sean ocho minutos. Eso hace un total de cuarenta y ocho minutos diarios. Quito tus vacaciones, las fiestas, permisos, y te regalo varias semanas hasta dejarlo en sólo diez meses laborales. Cada mes, pongamos veinte días de trabajo –no te cuento los sábados-, lo que hace un total de doscientos días de trabajo y ves que soy muy generoso. Doscientos días de trabajo a razón de cuarenta y ocho minutos de media por día son nueve mil seiscientos minutos. Si lo divido entre sesenta minutos que tiene una hora hace un total de ciento sesenta horas. Si lo reconvertimos en días de trabajo, a razón de ocho horas diarias… Colin, cada año te fumas 20 días de trabajo que yo te pago. Y eso no puede ser.


 De nuevo un silencio más embarazoso que el anterior, ahora con Colin a punto del infarto sin comprender nada.
-Colin, quiero que me pagues esos veinte días de trabajo que te has fumado a mi costa o tendré que tomar medidas.
-Y qué quieres que haga?
-Eso lo dejo a tu buen criterio. Aquí tienes lo que me debes.
Peterson dejó sobre la mesa de su despacho una hoja repleta de anotaciones con una cifra remarcada a bolígrafo. Colin, con mano temblorosa, cogió la hoja y miró la cifra de cuatro dígitos.
-Esto es una broma. Hace un momento acabas de decirme que me querías hacer un favor y que te lo agradecería…
-Colin, tal vez ahora te plantees dejar de fumar de una puta vez. Esto es muy serio, chico. Voy a tener que despedir a Ed porque no hay trabajo para todos. ¡Pero tú no puedes fumarte casi una hora de trabajo al día!.
El empleado de las manos manchadas se levantó muy lentamente de la silla con el papel en la mano.
-Esto es una broma…
-No, joder, no es una puta broma!. Págamelo cuando puedas, en efectivo, cheque o transferencia. Pero ese dinero me lo debes.

Esto es cuanto sabemos de la charla amistosa que mantuvieron hace unos días Peter y Colin en el despacho del primero. No me preguntéis cómo se ha enterado Maggie Coperstake de los detalles, aunque me lo imagino. Por lo que sé, Colin ha pedido consejo al abogado Monaghan. Peter trata a su empleado como si no hubiese pasado nada. Ed, el otro empleado, fue despedido al día siguiente. Colin ha dejado de fumar y se ha pasado a los caramelos de toffee. Y Prudence, la mujer de Colin, ha sido demandada por sus vecinos, hartos de que deje comida para los gatos del vecindario en los jardines de los demás.
Si no pasa nada extraordinario en el próximo capítulo os hablaré de Bill y Michael. Si me acuerdo, claro.










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