Uriah contemplaba el pequeño
valle flanqueado de suaves colinas. Al fondo, desparramadas como un crumble de
piña y manzana, las encantadoras casitas de Waterbridge se adormecían bajo la dorada
luz de un primaveral crepúsculo de
película. El río Shere serpenteaba como una espada encendida por entre las
calles hasta apagarse en las afueras y casi desaparecer en Chalkwood. Tanta
belleza le emocionó y tuvo que enjugarse
una lágrima juguetona, sorprendido por ese momento de romántica sensiblería.
Carraspeó como para recordarse a sí mismo quién era, se ajustó el peluquín y
lanzó una mirada justiciera a su viejo reloj Hamilton. Maggie se retrasaba.
“Maggie Coperstake, qué mujer”, susurró para sí Uriah. Y no pudo evitar un intenso
estremecimiento en todo su cuerpo (en especial en su bajo vientre) al evocar a
su amada desnuda y sudorosa berreando de placer en sus momentos más explosivos de pasión salvaje. “Y
cuanto más salvaje, mejor”, escupió el bueno de Uriah mientras se frotaba las
manos. Comenzaba a refrescar y Maggie continuaba sin dar señales de vida.
Para hacer tiempo se metió en su
coche y decidió dejar volar la imaginación repasando varios temas que tenía
entre manos. A saber:
Punto 1- Su peluquín, “la rata”, como
él mismo lo llamaba, necesitaba un relevo o sustitución con carácter de
urgencia y sin mediar protocolos. El caso no admitía dilación ni recurso
alguno. Se imponía una visita a Gordon & Sons de Londres, reconocidos
fabricantes de espectaculares “ratas” hechas con cabello natural y/o sintético.
Tenía intención de adquirir un par de peluquines. Uno caro, de cabello natural,
para los momentos especiales. Otro más sencillo, de batalla, para el trabajo.
Ya había consultado la web y había escogido los modelos. Sólo tenía que decidir
la fecha para escaparse a Londres con Maggie.
Punto 2- Walter Hudson había
dejado todo en sus manos. Con el viejo chatarrero había compartido más de una
botella y muchas horas de charla y silencio. Hudson le llamaba de tanto en
tanto y quedaban discretamente en casa del abogado, donde acudía siempre
acompañado de su inseparable Blacky. Hudson era propenso a la depresión y no
tenía familia ni amigos. Él era lo más parecido a todo eso que aquel pobre
hombre, feo, sucio y barrigudo, había tenido en los últimos años de su vida. Aún
recordaba el día en que Walter le puso un enorme sobre en las manos y le hizo
prometer que no lo abriría hasta el día de su muerte. El sobre durmió varios
años en la caja fuerte de su despacho. Cuando lo abrió no lo podía creer.
Aquello le sobrepasaba, así que decidió pedir ayuda a un viejo conocido. Ralph Cunningham
estaba acostumbrado a tratar con embrollos semejantes y lo haría muy bien. Por
la minuta no se preocupaba. El viejo Hudson se lo merecía y lo había dejado
todo muy bien dispuesto. Sintió pena por él y recordó con cariño algunas tardes que
pasaron juntos jugando a las cartas o escuchando viejos éxitos de los años 60.
Punto 3- Tenía que pasar a
saludar a Prudence, esposa de Colin Graham. Prudence se había quedado al
cuidado de Blacky y, además, tenía sobre la mesa de la cocina una demanda que
habían interpuesto varios vecinos de su misma calle. Prudence se pasaba de
buena y dejaba comida para los gatitos del vecindario. Adoraba los gatos y todo
le parecía poco para ellos. Pero tanto amor por los felinos no era compartido
por unos vecinos que ya estaban hartos de encontrar platitos de leche y/o
sobras de comida en el césped impoluto de sus jardines. Le habían llamado la
atención con mucha formalidad y muy educadamente en diversas ocasiones, pero Prudence
hacía oídos sordos. Ahora tendría que telefonear a Miss Underwood para quedar
con ella y convencerla, a ella y a los 16 restantes demandantes, de que
retirasen la querella. Aunque antes debería convencer a Prudence de que dejase
de comportarse como una imbécil integral en el jodido asunto de los putos gatos.
No se lo diría así pero algo debería decirle. En fin, ya se le ocurriría alguna
cosa, aunque tal vez con Colin, el marido…
En ese preciso instante Uriah escuchó unos golpecitos en la ventanilla del coche y dio un respingo que le dejó el peluquín graciosamente ladeado. La sonriente cara de Maggie al otro lado del vidrio le sugería… En fin, ya me entiendes lo que le sugería. Se había pintado sus gordezuelos labios con aquel carmín rojo que tanto le gustaba, lo que le produjo un estremecimiento similar al de unas líneas más arriba. El abogado bajó la ventanilla y Maggie lo besó de manera atolondrada e impaciente. Se notó nervioso, sudoroso, excitado, pero se impuso el muy británico autocontrol propio de su profesión.
Con estudiada parsimonia abrió la puerta del coche, rodeó el vehículo, abrió el maletero, cogió unas mantas y con gesto entre galante y esperpéntico, más propio del music-hall que de un amante solícito, invitó a su enamorada a pasar al asiento trasero. El sol se escondía en una plenitud roja tras el horizonte.
En ese preciso instante Uriah escuchó unos golpecitos en la ventanilla del coche y dio un respingo que le dejó el peluquín graciosamente ladeado. La sonriente cara de Maggie al otro lado del vidrio le sugería… En fin, ya me entiendes lo que le sugería. Se había pintado sus gordezuelos labios con aquel carmín rojo que tanto le gustaba, lo que le produjo un estremecimiento similar al de unas líneas más arriba. El abogado bajó la ventanilla y Maggie lo besó de manera atolondrada e impaciente. Se notó nervioso, sudoroso, excitado, pero se impuso el muy británico autocontrol propio de su profesión.
Con estudiada parsimonia abrió la puerta del coche, rodeó el vehículo, abrió el maletero, cogió unas mantas y con gesto entre galante y esperpéntico, más propio del music-hall que de un amante solícito, invitó a su enamorada a pasar al asiento trasero. El sol se escondía en una plenitud roja tras el horizonte.
Y en este punto debemos dejarlo
para preservar la intimidad de nuestros vecinos, aunque podemos decir que
Maggie Coperstake reventó ese día la tapicería de los asientos traseros con sus
tacones y el pobre Uriah lucía al día siguiente unos preciosos arañazos y unos
buenos cardenales en su peluda espalda. Cosas de la pasión.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada