Por momentos me pareció formar
parte de una película, una de esas películas europeas de los setenta u ochenta
en que personajes muy diferentes se reúnen para cenar o tomar unas copas. Ésta
era la excusa para que durante la película se reflejasen personalidades muy
diferentes y relaciones de todo tipo, con más o menos conflictos o no.
Aparentemente –si las comparábamos con el cine norteamericano- no pasaba nada
extraordinario en esa hora y media o dos horas de metraje. De hecho intentaban
reflejar realidades cotidianas de gente corriente, ese ejército capaz de
pequeñas heroicidades diarias al que pertenecemos la mayoría.
La explicación de entrada viene a
cuento para que se comprenda el contexto en que se ha desarrollado mi jornada
de hoy. Reunión de algunos amigos y conocidos, con esposas, parejas y niños por
medio, en mitad de la campiña. Buen ambiente, anfitrión totalmente feliz y
entregado, viejos amigos que se saludan y charlan de sus cosas. El trabajo, la
sequía, el campo, el buen tiempo, la primavera, mi perro, mi gato, mis
depresiones, el ERE, el puto IRPF, haznos una foto, echa una mano con el fuego,
cuidado no te quemes, que alguien traiga unos refrescos… Como en una película
de Ettore Scola o de Claude Sautet, explicas
lo que quieres o lo que puedes y te cuentan lo que quieren o lo que pueden.
Algunos no se toman la molestia de explicar nada y no sabes si esa opacidad es
premeditada u obedece a una simple cuestión de un carácter tímido, o arisco, o
reservado. Más o menos tienes una foto fija de cada uno de los asistentes y
esperas lo que esperas, raramente te sorprenden. Intentas adivinar en un gesto,
en una mirada o en un silencio triste algo que chirría, que no funciona, que
duele. Y así pasan los minutos.
Sentarse a la mesa y compartir
unos platos, entre risas y pequeñas complicidades, podría parecer un spot
publicitario. Pero enmarca y refleja una simple realidad compartida -con pocas complicaciones, todo sea
dicho- en una preciosa tarde primaveral
de domingo. Algo tan viejo como el hombre. Necesitamos ese tipo de contacto, de
relaciones. Necesitamos entrecruzar nuestras vidas con las de los otros. Necesitamos
sentarnos a la mesa con los otros. Así de simple. Y lo de menos, en este caso, son los postres.
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