El domingo fue uno de esos días.
Guix te hace saltar de la cama, desayunas un apresurado café con tostadas y casi sin tiempo para saborear el zumo de naranja te ves cerrando la verja y encaminando tus pasos a Chalkwood. Apenas ha amanecido y la neblina tiene aún ese tono azulón de resaca nocturna. Te adentras en los senderos convertidos en fangales de hojas muertas y vuelves a pensar y repensar en el primo James, el pobre primo James.
Estuviste hace un par de semanas en Londres. James se marchó sin avisar, un poco a la francesa, y quisiste despedirte de él. Para siempre. La ceremonia fue civil, primera sorpresa. Y el primo fue incinerado, segunda sorpresa. Bueno, no tan sorprendente. James fue consecuente hasta después de muerto. Ni sermones ni lágrimas. Él mismo escogió semanas antes la música de su despedida: "Imagine", "Yesterday", "My way".
El primo James fue un hombretón grande como un armario, un tipo vital que no probaba el alcohol y al que jamás vi con una mujer. Iba casi cada día al gimnasio desde hacía años. Hablaba mal de los religiosos, maldecía de los políticos y le gustaba el fútbol por encima de todas las cosas. Bien, esto último hay que matizarlo. Con cuarenta y muchos años James nos dijo que amaba a los hombres con la misma pasión con que Marco Antonio amaba a Cleopatra. Por lo que sé, desde ese momento el fútbol quedó relegado al segundo lugar en sus preferencias. Gracias a él supe desde muy pequeño que unos típos que se llamaban Hemingway, Somerset Maugham, García Márquez o Chesterton escribían historias que debían ser maravillosas si le gustaban a James. Sus libros se amontonaban en los estantes, junto a revistas francesas de cine y discos de Jacques Brel o Sinatra. Quiero y necesito recordarlo como era en aquellos años, altivo, generoso, extrovertido, exhultante de vida, un trueno.
Dejó escrito que arrojasen sus cenizas en las playas de Eastbourne, donde fue tan feliz.
En días así prefieres pensar poco y hacer menos aún.
Quedan ya pocas cosas importantes que hacer en la casa, algunos arreglillos que resolverás en pocas semanas. Dejas para la primavera pintar las fachadas y los patios, insignificancias. Ya ves, lo que empezó siendo casi una maldición ha terminado por convertirse en tu hogar. Bueno, lo has convertido en tu hogar.
En días así Eva termina haciendo pastel de manzana. Delicioso, of course.