diumenge, 13 de maig del 2012

Apuntes del natural


Cuando era chaval uno de los mejores maestros que tuve (en aquella época aún se les llamaba  así, maestros), el Sr. Oriol, un tipo estupendo y muy viajado, nos decía a aquella pandilla de bestezuelas por desasnar entre las que me encontraba: “Si queréis saber qué pasa leed la prensa y no miréis la tele, pero sobre todo mirad a vuestro alrededor. No hay nada como la vida para aprender de la vida”. Creo que aquel viejo profesor –del que tengo un gratísimo recuerdo porque me lo pasé muy bien en sus clases- sin él saberlo tenía alma de periodista. Algo de eso me transmitió sutilmente sin que yo me enterase en aquellos momentos. Y como homenaje a él,  procuro ejercerlo siempre que la vida me lo pone a tiro. Como me ocurrió ayer sábado.
El sábado es para mí el mejor día de la semana, sin duda. Nos pusimos en marcha muy tarde, con mucho retraso, al ralentí. Teníamos invitados a mediodía. Bueno, teníamos barbacoa. Y había que salir al bosque a recoger leña, aprovechando que acompañábamos a Guix en su excursión matinal.
A los cinco minutos de salir de casa tuvimos la primera “revelación”.
La mujer se veía muy sencilla. La divisamos de lejos, al final de la calle, hablando con Rodney, el guardabosques. Avanzó despacio, titubeante, buscando tímidamente nuestra mirada. Al llegar a nuestro lado se detuvo. Nos dijo que vivía en Townhill y que estaba intentando localizar a una señora peruana con un parche en el ojo derecho que vive en Waterbridge. La pobre señora casi se nos echa a llorar pero  hizo un enorme esfuerzo para contener su emoción. Y nos explicó.
-La semana pasada estuve en el centro médico haciéndome unas pruebas porque me tienen que operar del corazón. Cosas de la edad, ya saben. Mi hijo tuvo que marcharse enseguida y se llevó mi bolso sin darse cuenta. Es electricista y le llamaron para una urgencia. Me dejó sin documentación, sin dinero y sin las llaves de casa. Menos mal que esa señora peruana me dejó un billete de cinco libras y pude comprar un sandwich. Estuve esperando durante tres horas, hasta que mi hijo pudo pasar a recogerme. El pobre tenía un disgusto… Ahora busco a esa señora porque quiero devolverle las cinco libras. ¿La conocen ustedes?. Llevo toda la semana con el sentimiento de que debo agradecerle su gesto y no estaré tranquila hasta que la encuentre.
Eva le preguntó por el nombre de la señora peruana pero la pobre mujer no lo recordaba. Una aguja en un pajar es difícil de encontrar, pero no imposible. Queriendo ayudar le recomendamos que se pasase por el Mad Duck o el St. George y preguntase allí. La mujer nos dio las gracias con los ojos llorosos.
Nos alejamos unos metros. Eva y yo nos miramos.
-¿Aún queda esperanza, verdad?.
-Sí, alguna.
Jordi nos miró atónito, sin saber qué estaba pasando. Hubo que explicarle. Luego tomamos uno de los senderos que llevan a Chalkwood.
Allí, en un claro del bosque, mientras recogíamos los troncos de madera Eva se alejó y la perdí de vista unos minutos. La vi a unos cuarenta metros junto a un anciano, que estaba sentado sobre un tronco enorme. El hombre parecía dibujar o pintar. Enseguida Eva me lo iba a aclarar.
-Te encantaría lo que está haciendo! – me gritó.
-¿Y qué estaba haciendo? – le pregunté al tenerla a mi lado.
-Está haciendo el tejado de un cottage con trocitos de caña. Una miniatura preciosa. Creo que este hombre vive aquí, en el bosque. Tiene como una especie de cabaña un poco más allá. Me ha parecido ver que tiene unos paquetes, unas bolsas del súper con comida y lo que parece un colchón de campaña.
Voluntariamente o  a  la fuerza, el hombrecillo era un ermitaño. No quisimos molestar y nos alejamos tranquilamente. Llevábamos las dos bolsas llenas de leña y Guix nos daba a entender que quería seguir paseando, así que nos pusimos en marcha de regreso a casa.
A veces la vida se te revela en lo mejor. Otras, en lo peor. Pero siempre hay que estar dispuesto a recibirla con los brazos abiertos. Creo que es lo más sensato. Eva y Jordi están ahora mismo en la cocina preparando no sé qué postres. Guix dormita tranquilo y feliz en su camita. El sol de la tarde entra a raudales a través de nuestra ventana sin persiana y sin cortinas. Les miro y pienso en la suerte inmensa que tengo. Entonces, como en un ejercicio masoquista que no puedo evitar, pienso en las familias que al anochecer deambulan como zombies por la ciudad buscando comida en los containers.

4 comentaris:

  1. magnifica historia.. una gran suerte la de los que tenemos la fortuna de llevar la semila de algun viejo profesor en nuestro interior....

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    1. Hola, Alfons. Te agradezco el comentario y, sobre todo, te agradezco que te hayas detenido en la lectura. Te prometo que es absolutamente cierta de pe a pa. Ya ves, a veces no hace falta echarle imaginación. Un abrazo desde Waterbridge.
      -Andy-

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  2. I don't understand the text (I speak no Spanish and the translation from google doesn't make it clearer a lot), but the photo is great, the guy on it really looks like he has had a long and interesting life! :)

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    1. Hi Darleen!

      Thanks for coming round! We're really sorry to hear Google's translation isn't as good as we'd like it to be. If you'd like to see some more pictures we'd suggest you visit our Flickr account (not just food photography in there! ;-) ).
      We'll visit you soon and hope we'll keep in touch.
      Best wishes!

      Andy

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