-Colin, sabes que te aprecio.
Hace más de quince años que trabajas para mí y siempre te he tenido por un buen
empleado. Eres puntual, no miras el reloj a la hora de marcharte –aunque te
pago las horas extras, faltaría más- y eres bueno en tu trabajo, muy bueno, sí,
señor.
-¿Entonces, qué pasa?
-Te decía que cuando empecé en
este negocio eran tiempos extraños, eran buenos tiempos. Había alegría y la
gente gastaba. Sabes perfectamente que las cosas han cambiado. Facturo un
quince por ciento menos que hace un año.
-Vaya, sí, es cierto. Pero no
puedes quejarte. Los McMurphy han echado el cierre pero a ti no te falta
trabajo. No tanto como hace cuatro años, pero…
-Has dado en el clavo, muchacho.
Ahí es donde quería ir!.
Se produjo un silencio
embarazoso. Peter Peterson, el dueño del mejor taller de reparación de coches
de Waterbridge, se rascó su pelirroja patilla derecha y se tocó la oreja,
también derecha, con la elegancia de David Niven en sus mejores tiempos. Luego
miró por encima de sus diminutas gafas de intelectual venido a menos al pobre
Colin Graham.
-Vas a despedirme, verdad?
–susurró con un hilillo de voz el empleado de las manos manchadas.
-No, no voy a despedirte. No
digas bobadas. Es otra cosa…
-¿Qué?. Cielo santo, Peter Peterson,
dime qué demonios pasa!.
-Verás, Colin, sabes que te
aprecio. Estuve en tu boda con la buena de Prudence y he celebrado contigo el
nacimientos de tus chicos hasta caernos muertos en el Mad. Por eso mismo quiero
hacerte un favor y estoy seguro de que sabrás valorarlo.
Colin resopló como una locomotora
vieja cuando llega a una estación tras un viaje de cuatrocientas millas.
-Muchacho, tenemos que hablar de
negocios –sentenció Peterson.
-Tú dirás –sonrió Colin,
tranquilo y relajado.
-Mira, he estado haciendo
cálculos. ¿Cuántos cigarrillos te fumas en el taller un día cualquiera?.
-Siete u ocho, ¿por qué?.
-Pongamos que sean seis. ¿Cuánto
empleas en cada cigarrillo?. Vas a tu taquilla, recoges el cigarrillo, sales a
la puerta, fumas, charlas con los chicos de la pizzería, regresas…
-Unos diez minutos…
-Pongamos que sean ocho minutos.
Eso hace un total de cuarenta y ocho minutos diarios. Quito tus vacaciones, las
fiestas, permisos, y te regalo varias semanas hasta dejarlo en sólo diez meses
laborales. Cada mes, pongamos veinte días de trabajo –no te cuento los
sábados-, lo que hace un total de doscientos días de trabajo y ves que soy muy
generoso. Doscientos días de trabajo a razón de cuarenta y ocho minutos de
media por día son nueve mil seiscientos minutos. Si lo divido entre sesenta
minutos que tiene una hora hace un total de ciento sesenta horas. Si lo
reconvertimos en días de trabajo, a razón de ocho horas diarias… Colin, cada
año te fumas 20 días de trabajo que yo te pago. Y eso no puede ser.
De nuevo un silencio más embarazoso que el anterior, ahora con Colin a punto del infarto sin comprender nada.
De nuevo un silencio más embarazoso que el anterior, ahora con Colin a punto del infarto sin comprender nada.
-Colin, quiero que me pagues esos
veinte días de trabajo que te has fumado a mi costa o tendré que tomar medidas.
-Y qué quieres que haga?
-Eso lo dejo a tu buen criterio. Aquí
tienes lo que me debes.
Peterson dejó sobre la mesa de su
despacho una hoja repleta de anotaciones con una cifra remarcada a bolígrafo.
Colin, con mano temblorosa, cogió la hoja y miró la cifra de cuatro dígitos.
-Esto es una broma. Hace un
momento acabas de decirme que me querías hacer un favor y que te lo
agradecería…
-Colin, tal vez ahora te plantees
dejar de fumar de una puta vez. Esto es muy serio, chico. Voy a tener que
despedir a Ed porque no hay trabajo para todos. ¡Pero tú no puedes fumarte casi
una hora de trabajo al día!.
El empleado de las manos
manchadas se levantó muy lentamente de la silla con el papel en la mano.
-Esto es una broma…
-No, joder, no es una puta broma!.
Págamelo cuando puedas, en efectivo, cheque o transferencia. Pero ese dinero me
lo debes.
Esto es cuanto sabemos de la
charla amistosa que mantuvieron hace unos días Peter y Colin en el despacho del
primero. No me preguntéis cómo se ha enterado Maggie Coperstake de los
detalles, aunque me lo imagino. Por lo que sé, Colin ha pedido consejo al
abogado Monaghan. Peter trata a su empleado como si no hubiese pasado nada. Ed,
el otro empleado, fue despedido al día siguiente. Colin ha dejado de fumar y se
ha pasado a los caramelos de toffee. Y Prudence, la mujer de Colin, ha sido
demandada por sus vecinos, hartos de que deje comida para los gatos del
vecindario en los jardines de los demás.
Si no pasa nada extraordinario en el próximo capítulo os hablaré
de Bill y Michael. Si me acuerdo, claro.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada