dimarts, 3 d’abril del 2012

El misterio de Walter Hudson


 Mr. Cunningham había venido a Waterbridge a resolver un tema delicado, muy delicado. Mrs. Etell, la dueña de The Mallows, había escuchado nada casualmente una conversación telefónica que el abogado mantenía en voz muy baja en su habitación. Quedaba claro que Cunningham había establecido contacto con alguien de aquí que estaba al corriente de lo que estaba pasando. En esa conversación Mrs. Etell escuchó un nombre: Walter Hudson.
Walter Hudson era un señor algo bruto pero muy buena persona que había vivido toda su vida aquí. Yo lo había tratado muy poco, pero quienes lo conocían de siempre corroboran mi impresión. Mr. Hudson era el feliz propietario de una enorme barriga y no tenía familia, ni conocida ni desconocida. Poseía un negocio de chatarra y recogida de trastos viejos que albergaba en un destartalado almacén de las afueras. Vivía solo, con su perrito Blacky, un Setter tranquilo y bonachón con ojos de fumador de marihuana. El negocio le iba bien y a su edad ya tenía todas las facturas pagadas. Disfrutaba de la vida tan apaciblemente como su perro, solo que Hudson podía entrar en el St. George y el pobre Blacky, no. Lo cierto es que nadie podía sospechar lo que se escondía tras esa vida aburrida y gris. Lo supimos cuando el pobre hombre nos dejó, pasando a mejor vida, por supuesto. Una vecina lo encontró muerto en su pequeño despacho, rodeado de papeles, con el pobrecito Blacky lloriqueando a sus pies y  la radio funcionando ininterrumpidamente desde hacía tres días. Triste, muy triste.
El funeral fue al día siguiente y asistieron unos pocos vecinos. Uriah Monaghan, un conocido picapleitos del vecindario, se hizo cargo de todos los trámites, según había decidido en vida el chatarrero.
Poco a poco iba cogiendo forma una sospecha y se nos iba haciendo evidente el porqué de la presencia del abogado londinense en Waterbridge. Empezábamos a comprender que, tras su enorme barriga, sus trajes usados y sus codos deslustrados había un Walter Hudson desconocido para aquellos que lo habían tratado en vida. Y la cosa olía a dinero, a mucho dinero.


-Estoy seguro que el bueno de Walter tenía un buen pico bajo el colchón.
-No seas animal, Benny. Hudson no tenía donde caerse muerto. Sólo tenías que verle cruzar el pueblo en aquella jodida cafetera con ruedas. La gorda Sally estuvo tonteando con él hace unos años y dice que no gastaba un penique. Sólo metía la mano en el bolsillo para pagarse una Guinness de vez en cuando y alguna revista porno cuando le apretaba. Era de los que prefería que lo invitasen.
-Pues no tenía mala vida, no señor. No le debía dinero a nadie, tenía una cama caliente, un perro y, lo mejor, no tenía en casa una imbécil que le obligase a llevar los calzoncillos limpios.
-Cualquiera diría que llevar los calzoncillos limpios es una virtud a tener en cuenta...
-¿Lo de la imbécil lo dices por tu mujer?
-Caballeros, haya paz. No empecemos a disparar con bala. Aquí sólo se viene a pasarlo bien. Un viernes noche no debe joderse por hablar más de la cuenta. Invito a una ronda. ¡Bill, sirve unas pintas a estos capullos para que no acaben liándose a bofetadas!
-A mí ponme un vaso de leche, que ya voy cargado.
-¿Cargado o cagado?. Jajajaja...

Ésta es una de las conversaciones corrientes que uno puede escuchar en el St. George cuando está lleno a reventar, algo bastante habitual a partir de media tarde. Hay días en que el humo es tan denso que se puede cortar con cuchillo o directamente con motosierra. Estoy seguro que esto mismo lo has leído en cualquier novela policíaca, pero es lo más parecido a la realidad que se me ocurre. Vaya, no me había dado cuenta de la hora que es. Tendrás que disculparme porque se me hace tarde. Será mejor que lo dejemos para otro momento. He quedado con Eva en el Mad Duck. Prometo que te explicaré por qué Bill y Michael pasaron de ser amigos íntimos a odiarse a muerte. Bueno, quizá exagero un poco, pero la cosa más o menos es así.


Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...