dijous, 15 de març del 2012

Bienvenidos a Waterbridge


Podría comenzar diciendo que en la vieja estación de Waterbridge jamás he visto detenerse un tren. Estoy seguro que una afirmación tan inquietante  provocaría en el lector un malestar difícil de erradicar. En realidad la simpática estación de nuestro pueblo tiene un tráfico de trenes bastante notable, según pueden atestiguar algunos desquiciados vecinos de Station Street.
Como todo el mundo sabe,  Waterbridge es un pequeño pueblecito en el centro del condado de Windmillshire, a poca más de una hora de Londres. En plena campiña y rodeado de suaves colinas, goza de un clima benigno durante todo el año. Cuenta con  dos pubs, una oficina de correos, una iglesia del siglo XII con su precioso cementerio, un colmado, tres panaderías y un pequeño riachuelo que atraviesa el pueblo de punta a punta. Según el último censo, algo más de dos mil quinientas almas viven y conviven en este encantador lugar.
“Buenos días y bienvenido a Waterbridge” es la frase preferida de Mr. Addison. Cuando dice estas palabras a los forasteros que bajan del tren, nuestro jefe de estación es una de las personas más felices de este mundo. Las pronuncia con delectación, saboreando cada sílaba, con una voz profunda de barítono. Mr. Addison es un hombre perfectamente peinado y teñido, con una sonrisa clavada en los labios que le otorga un cierto aire de estúpida beatitud. Siempre me he preguntado si sonreirá tanto el día de su propio funeral. Por supuesto, si me encuentro con él, en el colmado o en el pub, siempre le saludo con un “Buenos días, Mr. Addison. Bienvenido a Waterbridge”. Él me sigue la broma y contesta “Hummm, vaya, éste es un pueblecito encantador”. Y los dos nos reímos. No sé cuándo ni por qué comenzamos con esta broma privada. Se lo preguntaré a Eva, por si ella lo recuerda.
He comenzado hablando de la estación porque está a pocos minutos de Alfriston Cottage y paso casi cada día por allí cuando salgo por las mañanas a pasear a mi perro. Si salgo de casa temprano, especialmente en primavera,  me cruzo con Mrs. Coperstake, que llega en ese momento a la estación con su bolso de cretona en una mano y el termo con el té en la otra. Procuro evitarla, yo y todo el pueblo. Maggie Coperstake es una pelma chafardera incapaz de dejar escapar una buena y jugosa información. Estoy convencido de que trabajó en los servicios secretos y que se encargaba de los interrogatorios. Debo confesar, sin embargo,  que siento cierta debilidad por ella desde que sé que en su horrible bolso lleva unas deliciosas piruletas de fresa que regala a los niños a escondidas de los padres. Pero, insisto, es una pelma y una chafardera. Si Maggie no sabe algo de lo que ocurre aquí es que no ha ocurrido.
Hoy la Coperstake ha dejado la oficina y ha salido corriendo a mi encuentro.
-Un hombre con traje y maletín ha llegado esta mañana en el tren de las 7,00 que viene de Londres – me ha soltado sin mediar palabra.


Bien, querido lector, debo decirte que vamos a dejar esta historia en este punto. De hecho, creo que te hago un favor haciéndolo. Me gustaría, antes de continuar con los hechos, que conozcas algo más de nuestro pueblo.
Una o dos veces por semana paso a saludar a mis vecinos, Phil y Mary Towers. El cartero se equivoca a menudo –estoy convencido de que lo hace premeditadamente- y deja en mi buzón sobres dirigidos a ellos, así que con buen humor y uno o dos sobres en la mano, yo tengo la excusa para visitarles. Los dos ancianos pasan el tiempo en una minúscula salita con el aparato de televisión en marcha todo el día. Ella, reclinada en un diván, permanentemente empastillada de antidepresivos. Él,  pegado a la estufa, siempre con el abrigo y el sombrero puestos como si tuviese que salir de viaje en cualquier momento. Mary Towers es una mujer de carácter fuerte y permanente malhumor. Phil, por el contrario, es un encanto de señor, siempre con un tomo de la Enciclopedia Británica en el regazo. Por cierto, el té que prepara Mrs. Towers es excelente. Forman una pareja de lo más curioso y siempre que salgo de su casa lo hago con una sonrisa. Hoy Phil me ha confesado que él piensa llegar a los noventa y seis años. “A partir de ese momento ya negociaremos”, ha terminado. Y a continuación le ha pedido a su esposa que le preparase un batido de fresas con espinacas. Olvidaba decir que Phil es un obseso de la vida sana, además de insaciable lector. Es frecuente encontrarlo paseando con su venerable bicicleta por los alrededores al atardecer, siguiendo el margen del río.
Un poco más allá vive Mrs. Peterson. Hace poco que enviudó y recibe numerosas visitas cada día. Mrs. Peterson es una mezcla de Miss Marple y la típica abuelita bondadosa de los cuentos para niños.  En este caso nos encontramos ante un fenómeno inexplicable: Mrs. Peterson no es simpática, ni agradable, pero ha conseguido desde siempre que todo el mundo gire a su alrededor. Jamás ha trabajado y ha padecido numerosas enfermedades a lo largo de su vida, pero ahí sigue, al pie del cañón. Como puedes comprobar la viuda Peterson es una mujer de firmes convicciones. Tiene dos hijos y una hija. Dave, el mayor, dirige el taller de reparación de coches; Dianne es maestra en la escuela; y por último, Bob, el más pequeño… Bien, Bob trabaja pero nadie sabe en qué ni cuándo.
¿Tienes alguna duda de que no soy precisamente del club de fans de la viuda Peterson? Tiene un jardín precioso pero jamás la he visto cuidar sus plantas y eso dice muy poco en su favor.
Bien, creo que lo dejaremos aquí por el momento. En próximos capítulos conocerás otros personajes de Waterbridge. Quiero hablarte de Alex Postlethwaite, nuestro peculiar cartero, y de su esposa Nancy, las mejores tetas del condado (según Bill, el dueño del St. George). Y explicarte por qué, en un pueblo tan pequeño, hay dos pubs separados por treinta metros, cuyos dueños se odian a muerte.
Pero eso será otra historia.

1 comentari:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...