Hoy, mientras paseaba por la
campiña en compañía de Guix, repasaba
mentalmente las noticias que acababa de engullir mientras desayunaba. Pensaba
en lo mal que lo deben estar pasando algunos que ya se veían cómodamente
apoltronados en Andalucía y que van a tener que buscarse la vida. Pensaba también
en el pobre tesorero de los conservadores británicos que ha tenido que dimitir
por un supuesto tráfico de influencias. Por asociación de ideas pensaba en cómo
desde el poder se trabaja escrupulosamente para reducir la tasa de desempleo, especialmente
entre familiares y allegados. Recordaba aquellos brindis al sol de los
mandatarios mundiales cuando hablaban en el 2009 y 2010 de refundar el
capitalismo. Reflexionaba sobre las ventajas de tener una banca sólida, a golpe
de fusión subvencionada y a costa de bloquear hasta la eternidad los ahorros
preferentes de unos cuantos millones de jubilados y gentes de buena fe. Estoy
encantado con esa huelga general del jueves 29 que se vaticina como un fracaso
y que me produce úlcera duodenal cuando pienso en el descrédito de unos
sindicatos "a la sopaboba" que se han quedado en el siglo XIX. Leo con pesar lo
mal que lo pasa la gente, sin empleo, sin ingresos, sin casa, sin horizontes. Compruebo con estupor que Obama propone
una reducción del armamento nuclear, ese mismo que podría acabar con la
humanidad varios centenares de miles de veces, mientras en su país discuten aún
sobre la reforma sanitaria y los republicanos buscan desesperadamente un
candidato que les permita hacer un ridículo espantoso en las próximas
elecciones. He visto al Santo Padre con sombrero de charro mexicano y se me ha
volcado el café (yo para estas cosas soy muy sensible), al tiempo que mi poca fe (ninguna, vaya)
saltaba hecha pedazos cuando leo que ahora se va a Cuba. Y respecto al congreso
de CDC, pues qué quieres que te diga… En fin, que todo es muy confuso.
Seguramente en 1944 la cosa
estaba mucho peor. La sensación que uno tiene es que aprendemos poco de los
errores y de nuestra estupidez como especie. Eso me hace caer inevitablemente en
la melancolía. Una melancolía British, pero melancolía al fin y al cabo.
Luego ves a Madonna con 53 años
imposibles y envidiables y se te caen al suelo. Efectivamente, no hay nada que
hacer.
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