Los perros ladraban al amanecer. Deambulaban perdidos por las calles desiertas olisqueando los rincones de la noche. Ecos borrosos de pasos apresurados. Las primeras voces sonaban fantasmagóricas en ese ámbito desnudo entre la vigilia y el sueño. Pronto se escuchaba el estruendo metálico de la puerta de la panadería. Algunas mujeres ya se afanaban en comprar el pan del día a pesar de lo temprano de la hora. Llegaban deshilachados jirones de palabras, algunas risillas forzadas, cierta camaradería solidaria entre madrugadores. Luego eran los cascos de los caballos que tiraban del depósito de la basura y el arrastrar desganado de los escobones en manos de funcionarios somnolientos.
La panadería hace horas que tiene el horno en marcha. El runrún acompaña todas las mañanas y sólo se ve ahogado por los golpes de la cuchilla al tajar las barras de pan. Entonces se levanta mi padre. Apenas hace ruido, pero yo sé que es él. Reconozco sus pasos. Lo presiento en la cocina, mientras se prepara el café con leche. Luego, en el baño, donde se frota enérgicamente la cara con agua fría antes de afeitarse. Ahora apenas se oye nada. Mi padre se está peinando y lo hace como siempre con esmero, sin prisas. Recoge sus cosas y el corazón se me encoge. Sus pasos muelles avanzan por el pasillo. Un tintinear de llaves, la puerta de la calle se abre y entra un tenue resplandor azul. El golpe seco de la madera trae el silencio. Se ha restablecido el orden en la casa. Así cada día.
Un chirriar de varillas metálicas me indica que Paquito está abriendo la churrería. Al imaginar la bandeja de churros azucarados se me llena la boca de saliva. Los churros, como los buñuelos de viento y las rosquillas de anís, saben y huelen a domingo. Como la banda de música, y el mercadillo, y el baño en el patio bajo la caricia del sol, y las chicas oliendo a limpio y a colonia de lavanda, y mi padre recortándose el bigote con la tijera ante el espejo. Por un momento llego a creer que es domingo y me abandono. Desde la calle llegan los rumores de lo diario, de lo cotidiano, y yo me dejo invadir por una pereza blanda, por una tibieza que me arrastra hacia lo hondo y a la que no me resisto. Hoy es domingo.
Y en ese momento mamá enciende la luz de nuestro dormitorio. Tengo siete años y hoy es miércoles. Mi hermano duerme aún, feliz, abrazado al muñequito de goma de Cantinflas. Mientras me desperezo todavía resuena en mis oídos la musiquilla lejana y juguetona de un tiovivo.
Andy i Eva; Avui és diumenge, sens cap dubte¡¡ el llegir aquesta entrada, sentía i veia que era diumenge, fins que no he acabat de llegir tota l'entrada, he vist que era dimecres... farem com el Peter Pan, que no volía ser gran, doncs... avui és diumenge¡¡
ResponEliminaSalutacions Eva i Andy¡¡ :O) :O)
Qué entrada tan bonita!!! Siempre me parece que estoy leyendo un cuento!!
ResponEliminaBesss para Eva y para ti, Andy desde un pueblo de Madrid!
IDania
Quina sorpresa que aquest blog amb un nom tan anglès sigui tan català.
ResponEliminaBuscant una recepta m'he topat amb el teu blog, i m'he quedat enganxada, m'agraden molt les entrades-conte, les receptes, les fotos.
Felicitats!!!