Nunca quisieron explicarte qué ocurrió con aquel noviete de tia Feli, un guapo anarquista que amaneció asesinado en la playa. Todos daban por hecho que habían sido sus propios compañeros, pero la cosa nunca se aclaró. Alguna vez, eso sí, te mascullaron entre dientes algo sobre un ajuste de cuentas por unos celos podridos de un antiguo novio de tu tía. También te contaron que la Feli lo había matado porque la quería abandonar, y eso no. Así que se lo cargó una tarde con un viejo pistolón del abuelo. Ese pistolón que, por cierto, buscaron en los registros una y otra vez y que la abuela se encondía en la faja, en donde nadie se atrevía a meter el hocico. Pero volviendo al infeliz, lo encontraron muerto con un tiro en la espalda, alto y rubio como en la copla, con los ojos abiertos y azules en espera de un amanecer que para él nunca llegó.
Tú, sin embargo, como en los melodramas de la Metro, lo enviaste a cruzar la frontera en busca de otros amaneceres y lo hacías en Francia, sacrificándose por la libertad, luchando con la Resistencia. O lo veías feliz y casado con una robusta campesina francesa, rodeado de hijos. Y te lo imaginabas treinta años después, regresando, cruzando de nuevo la frontera para reencontrase con aquel viejo amor de juventud. ¿Qué podían decirse dos viejos amantes después de tanto tiempo? Poco. O nada. A lo sumo se leerían en el mapa de sus arrugas la historia de lo que no fue porque así lo quiso el cochino destino. Se emocionarían, seguro. Llorarían, un poco. Se preguntarían por los amigos, por la familia. Recordarían algún momento, un gesto, una esquina, aquella calle, un perfume, ¿recuerdas? Y luego él se marcharía, ya para siempre, poniendo el lazo triste a aquella historia. En el momento del adiós se volvería para mirar por última vez a aquella mujer agrietada por el desamor, trabajada por el trabajo y por el no esperar nada de la vida, día a día, todos los día de su vida hasta su muerte. No quedaba ya nada que decirse, tan sólo mirarse a los ojos en una caricia final de despedida. ¿Para qué preguntar por qué no escribiste en todos estos años? Ni una sola vez, ni una sola palabra, nada... Yo te habría seguido. ¿Estás segura? Demasiado tarde para preguntas que ya no esperaban respuestas. Y demasiado rencor por aquella maldita guerra que les arrebató a ambos una vida entera.
Un guapo anarquista amaneció muerto en la playa. Dijeron que Durruti había venido al entierro y que había tanta, tanta gente que los guardias de asalto se tuvieron que marchar acojonados.
Molt culpidor!!
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